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La noche en que Colombia enciende el alma: el Día de las Velitas

En la noche del 7 de diciembre, Colombia se ilumina con miles de pequeñas llamas que marcan el inicio íntimo de la Navidad. Familias, vecinos y niños salen a las calles para encender velas y faroles que simbolizan deseos, agradecimientos y recuerdos. Entre el olor a natilla, el sonido suave de las chispitas y la luz temblorosa de las velitas, la celebración se convierte en un momento de unión profunda y nostalgia compartida. El Día de las Velitas es una pausa luminosa en medio de la vida cotidiana: una tradición sencilla pero poderosa que conecta a la gente con su historia, con su fe y con quienes ama.
La noche en que Colombia enciende el alma: el Día de las Velitas
(Crédito de la imagen: iTimes Spanish)
Cada 7 de diciembre, cuando el sol empieza a caer y el aire se vuelve más fresco, algo especial despierta en Colombia. No es solo el inicio de la Navidad: es una sensación que se siente en el pecho, como si la memoria de la infancia, la familia y la fe regresaran todas juntas. Es la noche del Día de las Velitas, esa tradición que ilumina no solo las calles, sino también los corazones.En los barrios, los primeros en salir son siempre los niños. Corren con farolitos de todos los colores, hechos de papel, tijeras y paciencia. Mientras tanto, en las casas, las mamás y las abuelas preparan la mesa con natilla, buñuelos y ese olor a canela que anuncia que el año está llegando a su cierre. Las velitas esperan en fila, como si también estuvieran emocionadas.Cuando llega la hora —esa hora que ninguno anuncia pero todos sienten— se enciende la primera vela. Y al hacerlo, se enciende también un gesto de amor. Las familias se reúnen en el andén, en el patio, en la terraza o en la acera del barrio. No importa el lugar: lo importante es estar juntos.Algunos prenden una velita por alguien que ya no está. Otros, por un deseo que llevan tiempo guardando. Hay quienes no dicen nada, pero encienden la luz como si fuera una forma de agradecerle a la vida lo bueno que ha traído, y también lo que ha costado. Porque esa noche es íntima, incluso en comunidad. Es una noche en la que uno se permite sentir.Las calles se llenan de puntos de luz que parecen estrellas en la tierra. El silencio se mezcla con risas, con música suave en alguna casa, con el chasquido de una chispita mariposa que enciende la emoción de los niños. Y aunque la celebración tiene un motivo religioso —el comienzo del día de la Inmaculada Concepción—, lo cierto es que, para muchos, la fe se vive más en el gesto que en la palabra.Es difícil explicar lo que produce el Día de las Velitas si no se ha vivido. Es un abrazo colectivo. Una pausa luminosa. Un recordatorio de que la Navidad no empieza con regalos ni con centros comerciales, sino con una velita encendida en medio de la noche, con la familia a un lado y la esperanza al otro.Cuando finalmente las velas se consumen y la noche vuelve a su oscuridad habitual, queda un brillo interior que dura días. Es esa sensación de que, por un instante, todo estuvo en calma. De que la tradición unió generaciones y recordó a cada uno que, incluso en tiempos difíciles, siempre hay una luz que podemos encender.Porque eso es el Día de las Velitas: una pequeña llama que ilumina mucho más de lo que parece. Una tradición que habla suave, pero que toca hondo. Una noche sencilla… y profundamente nuestra.