En Cerdanyola del Vallès, donde muchos paseamos los domingos por los senderos de Collserola, la noticia cayó como un jarro de agua fría:
varios jabalíes aparecieron muertos y, al poco, los análisis confirmaron lo que nadie esperaba escuchar por aquí — peste porcina africana.De repente, los caminos donde solemos salir a correr, llevar a los niños o simplemente respirar un poco de bosque se llenaron de cintas de seguridad, vehículos del ejército y personal con trajes blancos. Algo que parecía tan lejano, tan de otros lugares, de pronto estaba aquí, literalmente al lado de casa.
El rumor que empezó a correrLo que al principio sonaba a un accidente natural — la idea de que los jabalíes hubieran comido restos contaminados — empezó a cambiar cuando se supo que el virus no era como los que circulan por Europa.
Los técnicos dijeron que se parecía más a una cepa que se usa en laboratorios. Y claro… en un pueblo tan pequeño y tan acostumbrado a comentarlo todo, el nombre de IRTA-CReSA, el centro de investigación que está pegado a la Universitat Autònoma, empezó a sonar en cada bar y en cada plaza.
“¿Y si se les escapó algo?” preguntaba la gente casi en susurros, como si el bosque pudiera oír.
“No creo, esta gente trabaja con mil ojos”, respondían otros, aunque sin la misma seguridad de antes.
Nadie quiere señalar a nadie, pero tampoco se puede ignorar cuando el foco del brote aparece a apenas un kilómetro de un sitio donde se investiga con ese mismo virus.
Entre la preocupación y la calma forzadaLo que se vive ahora en la zona es una mezcla rara:
Por un lado, ves a las autoridades diciendo que
“hay que mantener la calma”; por otro, ves a los agricultores tensos, a los dueños de granjas mirando al cielo, y a familias que prefieren no acercarse al bosque por si acaso.
Aquí, en estos pueblos que rodean la sierra, uno está acostumbrado a ver jabalíes correteando entre los contenedores o cruzando la carretera al anochecer. Y pensar que esas mismas criaturas pueden llevar un virus tan destructivo… pues sí, da un poco de miedo.
Lo que de verdad preocupa a la gente del lugarLa conversación ya no es solo sobre virus o laboratorios.
Es sobre la tierra que nos rodea, los animales que forman parte del paisaje, la economía de vecinos que viven de las granjas, y sobre todo: la sensación de que algo ha fallado y queremos respuestas claras.
Las autoridades han dicho que investigarán todo a fondo. Y eso esperamos. Porque en un sitio donde la vida se mezcla tanto con el bosque, donde los jabalíes son vecinos diarios, necesitamos saber qué ha pasado, cómo ha pasado… y cómo evitar que vuelva a ocurrir.
A la espera, pero con los ojos bien abiertosAhora solo queda esperar.
Pero aquí, entre senderos, masías y calles donde todos se conocen, la gente no se queda de brazos cruzados. Se habla, se pregunta, se comenta. Se nota en el ambiente que este brote no es un titular más: es una historia que nos toca de cerca.
Y aunque aún no se sepa si el virus llegó por accidente, por el bosque o por una fuga… lo cierto es que todos aquí deseamos lo mismo: que el bosque vuelva a ser solo bosque, y que el susto quede en nada más que eso, un susto.