Por más de tres décadas, Regina Higuera vivió en Estados Unidos. Trabajó duro, formó una familia, echó raíces. Pero un día, el miedo pudo más. Y decidió dejarlo todo.
A sus 51 años, Regina tomó una de las decisiones más difíciles de su vida: dejar el país que había sido su hogar desde que tenía 15. No porque quisiera, sino porque sentía que ya no podía vivir con tranquilidad. “No soy una criminal, pero tenía miedo”, dijo con la voz entrecortada. Y así, después de 36 años, se autodeportó voluntariamente a México.
Una vida dedicada al trabajo y la familiaRegina llegó a EE. UU. siendo apenas una adolescente. Vivió y trabajó en Los Ángeles como costurera en la industria textil. Era madre, abuela y, como tantas otras mujeres migrantes, sostenía su hogar con esfuerzo y sin descanso. Aunque su permiso de trabajo había expirado, nunca tuvo problemas con la ley. Pagaba sus impuestos y trataba de llevar una vida tranquila.
Pero el panorama migratorio cambió. Las redadas de ICE se hicieron más frecuentes, las detenciones más arbitrarias. El miedo empezó a instalarse en su día a día: ¿y si un día no podía volver a casa?, ¿y si la arrestaban frente a sus nietos?
Cruzar la frontera… por decisión propiaEn junio de 2025, Regina y su familia empacaron todo lo necesario. Condujeron desde Los Ángeles hasta Tijuana. Allí, entre abrazos y lágrimas, ella cruzó la frontera de manera voluntaria. Luego voló hasta Ciudad de México y manejó cinco horas hasta Guerrero, su estado natal.
La mudanza no fue sencilla ni barata: más de $4,000 dólares entre pasajes, trámites y reubicación. Pero al llegar a México, Regina sintió algo que hacía mucho no experimentaba: alivio. “Duermo tranquila por primera vez en años”, confesó.
Ahora vive en un terreno que heredó, cerca de su madre de 90 años, a quien no veía desde hace más de dos décadas.
La separación que dueleAunque se siente más segura, nada le quita el peso de haber dejado a sus hijos y nietos atrás. Su hija, Julie, fue quien hizo pública su historia en redes sociales. “No queremos que la gente crea que esta es la única salida. Pero sí queremos mostrar lo duro que puede ser vivir con miedo constante”, explicó.
La historia de Regina no busca glorificar la autodeportación, sino visibilizar que, para algunas personas, esa decisión es un último recurso emocional.
¿Una tendencia en crecimiento?Aunque algunas voces hablan de la autodeportación como alternativa voluntaria, muchos expertos advierten que se trata de una reacción al endurecimiento de las políticas migratorias. No todas las personas tienen a dónde volver, ni los medios para empezar de nuevo. Lo de Regina no fue una “salida fácil”, sino una salida forzada por la ansiedad, el miedo y la incertidumbre.
Una vida nueva, entre nostalgia y esperanzaHoy, Regina sigue en contacto con su familia. Sueña con que, tal vez, alguno de ellos la acompañe algún día en México. Mientras tanto, cultiva su jardín, arregla su casa y acompaña a su madre, sabiendo que lo que hizo no fue rendirse, sino protegerse.
“No me fui porque no amara mi vida allá. Me fui porque necesitaba volver a respirar”, dice. Y con esas palabras, deja claro que migrar —ya sea de ida o de regreso— es siempre un acto profundamente humano.