El visionario fundador de Apple, Steve Jobs, estaba convencido de que todo el mundo debía poder tener un ordenador personal. A comienzos de los años 70, Jobs apenas tenía poco más de veinte años y un gran obstáculo: no tenía dinero suficiente para hacer realidad su idea.
Para financiar el primer prototipo, Jobs vendió su furgoneta Volkswagen, mientras que su cofundador Steve Wozniak vendió su calculadora programable. Juntos reunieron 1.300 dólares, suficientes para comprar las piezas del prototipo. Así nació el Apple I, presentado el 1 de abril de 1976, un Día de los Inocentes que terminaría cambiando la historia de la tecnología.
Un distribuidor local de informática llegó a realizar un pedido de 50.000 dólares por 100 unidades del Apple I. Aunque las ventas iniciales no fueron masivas, generaron el capital necesario para desarrollar el Apple II, pensado ya para el mercado de masas. La experiencia con el Apple I demostró a Jobs que existía una demanda real para un ordenador personal accesible.
El negocio “ilegal” que enseñó a Jobs y Wozniak a trabajar juntos
Antes de Apple, Jobs y Wozniak también emprendieron un negocio clandestino: la venta de las llamadas “blue boxes”, dispositivos que permitían hacer llamadas de larga distancia gratuitas aprovechando las señales de tono de los sistemas telefónicos de la época. En el documental Silicon Valley: A 100-Year Renaissance (1998), Jobs afirmó: “Si no hubiéramos hecho blue boxes, no habría existido Apple”.
En una entrevista de 1994 citada por Fortune, Jobs explicó que ese proyecto les dio confianza, les enseñó a resolver problemas técnicos y a llevar un producto a producción, habilidades clave para crear Apple poco después.
Jobs recordaría esos primeros años de la década de 1970 como una etapa “mágica” que lo encaminó directamente a fundar una de las empresas más influyentes del mundo. Sin aquella furgoneta Volkswagen y una calculadora vendidas a tiempo, Apple quizá nunca habría existido.
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