En Machala, Ecuador, los muros de la cárcel ya no protegen ni contienen: son testigos de un horror que se desborda. La semana pasada, 13 internos murieron en enfrentamientos violentos dentro de la Penitenciaría de Machala, y muchos otros resultaron heridos. Explosiones, disparos y caos: lo que debería ser un lugar de reclusión se convirtió en un verdadero campo de batalla.
Para los vecinos, el miedo no se queda dentro de la prisión.
“Se siente en la calle, en el barrio, en la vida de todos”, dice un comerciante local, que prefiere no dar su nombre. Cada estallido, cada grito, hace que el corazón se detenga. Aquí, nadie está realmente a salvo, ni siquiera a kilómetros de los muros.
Bandas, drogas y poder detrás de las rejasEl problema no es solo peleas entre presos. Son bandas criminales que operan desde adentro, controlando rutas de droga, imponiendo miedo y ejecutando órdenes. La prisión se ha convertido en un cuartel del narcotráfico:
armas, explosivos y jerarquías que se mantienen a fuerza de sangre.Los habitantes saben que los conflictos dentro no son aislados:
“Lo que pasa ahí adentro, se siente afuera”, comenta una vecina. Las familias de los reclusos viven con la incertidumbre y el terror diario. Nadie sabe si su hermano, hijo o amigo volverá vivo.
Un sistema que colapsóLas autoridades hablan de investigaciones, de fuerzas especiales, de riñas entre bandas. Pero la realidad es que el sistema penitenciario colapsó. Las cárceles, en lugar de proteger a la sociedad, se convirtieron en centros de operación de crimen organizado, donde los muros no son barreras, sino escenarios de guerra.
El país entero lo siente: en Machala y en otras ciudades, la violencia dentro de las prisiones marca el pulso de la inseguridad afuera. No son solo cifras en un diario: son vidas perdidas, familias destruidas y comunidades aterrorizadas.
El grito de quienes quedan atrásDespués de cada estallido, quedan los escombros, el silencio y el dolor. Los nombres de los 13 muertos se mezclan con los recuerdos de otros que cayeron antes, en otras prisiones, en otras guerras de drogas. Para quienes viven cerca, el miedo se mezcla con la impotencia: saben que un sistema que permite esto ya no protege, solo hiere.
Machala grita desde sus calles y sus barrios: las prisiones se convirtieron en mataderos, y la justicia sigue atrapada dentro de los muros rotos.