En un movimiento que ha sacudido tanto al mundo político como empresarial, el expresidente Donald Trump anunció recientemente un acuerdo millonario con la gigante tecnológica Intel, marcando una nueva etapa en la relación entre el gobierno de Estados Unidos y el sector privado. Según Kevin Hassett, uno de sus principales asesores económicos, este no será un caso aislado: “Habrá más transacciones, más acuerdos como el de Intel muy pronto”, afirmó.
El anuncio no solo destaca por el monto involucrado, sino también por lo que representa: un cambio en la filosofía económica tradicional estadounidense, históricamente reacia a la participación directa del gobierno en empresas privadas.
Un acuerdo que marca tendencia
La transacción implica que el gobierno estadounidense adquirirá cerca del 9.9 % de las acciones de Intel, una operación valorada en más de 8.900 millones de dólares. La inversión se apoya en fondos provenientes del CHIPS Act, una ley que busca impulsar la producción nacional de semiconductores estratégicos.
Lo más llamativo es que, aunque el Estado tendrá una participación significativa, no contará con derechos de voto ni presencia en la junta directiva, lo que ha sido presentado como una "inversión pasiva".
“Pagamos cero por esto. Es una gran victoria para los Estados Unidos”, declaró Trump, refiriéndose al uso de incentivos existentes en lugar de fondos adicionales.
¿Por qué Intel? ¿Y quién sigue?
Intel se encuentra en el centro de la guerra tecnológica entre potencias, especialmente por su papel en la producción de semiconductores avanzados. Fortalecer su posición global es una prioridad estratégica para Washington.
Hassett sugirió que el modelo podría replicarse en otras industrias clave, posiblemente en sectores como defensa, energía renovable o inteligencia artificial.
Esto abre la puerta a un posible fondo soberano estadounidense, una idea que hasta hace poco parecía lejana para la economía más liberal del planeta. “Podemos invertir sin interferir en la gestión de las compañías”, afirmó Hassett.
Críticas desde todos los frentes
El acuerdo no ha estado exento de polémica. Dentro del propio Partido Republicano, algunos líderes conservadores han criticado lo que consideran una forma encubierta de “socialismo corporativo”. Para ellos, la intervención estatal amenaza la esencia del libre mercado estadounidense.
Desde el ámbito empresarial, también hay preocupaciones sobre la reputación internacional de empresas como Intel si son vistas como extensiones del gobierno. Además, se teme que la participación estatal pueda complicar futuras negociaciones comerciales o el acceso a subsidios internacionales.
Intel, por su parte, ha expresado cautela. Aunque el acuerdo le permite ampliar su capacidad de manufactura, ha advertido que esta alianza podría generar incertidumbre regulatoria y afectar su competitividad.
¿Un cambio de paradigma?
Lo que está en juego va más allá de una simple inversión. El gobierno de EE. UU. está redefiniendo su rol económico, pasando de ser un regulador y facilitador, a convertirse en un actor directo del mercado.
Esta estrategia, influenciada por los modelos de países como China o Arabia Saudita, donde el Estado juega un papel activo en el desarrollo de empresas estratégicas, podría alterar el equilibrio del sistema capitalista global.
La pregunta es: ¿podrá Estados Unidos mantener su espíritu emprendedor y de libre mercado mientras se involucra directamente en el capital de sus gigantes corporativos?
Estados Unidos ensaya un nuevo capitalismo: Trump apuesta por la intervención estatal estratégica
El acuerdo con Intel podría ser el primero de muchos. Trump y su equipo parecen decididos a dejar atrás el legado reaganista de "menos gobierno, más mercado", para dar paso a una nueva era de capitalismo con intervención estatal estratégica.
En tiempos de incertidumbre tecnológica y competencia geopolítica, la línea entre lo público y lo privado se vuelve cada vez más difusa. Y Estados Unidos parece listo para jugar bajo nuevas reglas.
El fin del Artículo