Una batalla de fuego en la oscuridad
Cuando cae la noche del 31 de agosto, las calles de Nejapa, un pequeño municipio al norte de San Salvador, se transforman en un campo de batalla envuelto en humo y llamas. Decenas de jóvenes corren entre gritos, sudor y chispas incandescentes, lanzándose bolas de trapo empapadas en gasolina y encendidas.
A primera vista parece una locura colectiva, pero para los habitantes de Nejapa se trata de una tradición centenaria, un ritual de identidad y memoria conocido como el Festival de las Bolas de Fuego.
Orígenes: entre el mito y la historia
El festival tiene raíces profundas. Según los registros locales, conmemora una erupción volcánica ocurrida en 1658 que obligó a los pobladores a huir y reconstruir el pueblo en un nuevo terreno.
La leyenda, sin embargo, le da un tono más místico: se dice que San Jerónimo, el patrono de Nejapa, luchó contra el diablo lanzándole bolas de fuego, simbolizando la batalla entre el bien y el mal, entre el poder divino y la destrucción natural.
Cada año, los nejapenses reviven esa historia enfrentándose —literalmente— a las llamas.
La celebración: fuego, fe y adrenalina
El ritual comienza al anochecer. Dos grupos de jóvenes se colocan frente a frente en las calles principales del pueblo. Cada uno carga varias bolas hechas de trapo y combustible. A la señal del silbato, las bolas encendidas vuelan de un lado a otro, iluminando los rostros ennegrecidos de los participantes.
Muchos visten camisetas negras, máscaras o pintura blanca en el rostro, como si fueran guerreros del fuego. El aire se llena de humo, el suelo se cubre de brasas, y el público —turistas y vecinos por igual— observa con una mezcla de fascinación y temor.
A pesar del riesgo, los organizadores insisten en que la actividad está controlada y vigilada por equipos de primeros auxilios y bomberos. Solo unos pocos sufren quemaduras leves cada año.
“Esto no es violencia, es tradición. El fuego representa nuestra fuerza y nuestra fe”, dice Carlos Ramírez, uno de los participantes, mientras sostiene una antorcha improvisada.
Entre la devoción y el peligro
El Festival de las Bolas de Fuego ha sido catalogado como una de las celebraciones más singulares de América Latina por medios internacionales como VICE, Reuters y Euronews. Sin embargo, también genera debate: algunos críticos cuestionan la falta de medidas de seguridad y el uso de combustibles inflamables.
Para los locales, el fuego no es un enemigo sino un símbolo. Representa la resistencia de un pueblo que sobrevivió a la erupción del volcán de San Salvador y que, siglos después, mantiene viva la memoria a través del riesgo.
“Aquí el fuego purifica. Cada chispa recuerda a nuestros antepasados y a la tierra que nos dio vida”, explica María Hernández, habitante de Nejapa desde hace 60 años.
Tradición y modernidad
En los últimos años, el festival ha atraído a miles de visitantes, tanto nacionales como extranjeros. El turismo ha crecido, y el evento se ha convertido en una fuente de orgullo local y motor económico.
Las autoridades municipales buscan ahora equilibrar la conservación cultural con la seguridad pública. Se han implementado zonas de protección para los espectadores y protocolos básicos de emergencia.
Aun así, la esencia del festival —su fuerza salvaje y su carácter comunitario— permanece intacta.
El fuego como identidad
En Nejapa, el fuego no solo destruye; también une, ilumina y da sentido. Cada bola encendida es una ofrenda al pasado y un desafío al presente.
Mientras las llamas se elevan en la oscuridad, los nejapenses reafirman lo que para ellos es más que una tradición: una forma de decirle al mundo que el fuego también puede ser una celebración de vida.
El fin del Artículo