Cada otoño, mientras el aire se llena de olor a pan de muerto y el color del cempasúchil pinta las calles, Aguascalientes se convierte en un escenario donde la vida y la muerte bailan juntas. ¿El motivo? El Festival de las Calaveras, un evento que va mucho más allá de un desfile o una celebración turística: es una forma de honrar a nuestros muertos... y también de recordar que los vivos aún tienen mucho que celebrar.
Y sí, aquí la muerte no es oscura ni callada. Aquí la muerte se viste de gala, se maquilla, se sube a una carroza, toca mariachi y hasta se toma selfies con los visitantes.
¿Por qué Aguascalientes?
Porque de aquí era José Guadalupe Posada, el artista que cambió para siempre la forma en que México representa la muerte. Tal vez no te suene su nombre de inmediato, pero seguro conoces a La Catrina, esa calavera elegante que ya es símbolo nacional. Posada nació en Aguascalientes en 1852, y desde su taller dio vida a cientos de grabados que no solo retrataban la muerte, sino que también la usaban para criticar a los poderosos y reírse un poco de las apariencias sociales.
Así que sí: este festival también es un homenaje a él. Y lo tiene bien ganado.
¿Qué pasa en el festival?
Mucho. Muchísimo. Durante más de una semana, la ciudad entera se transforma. Hay desfiles de catrinas, altares monumentales, conciertos, teatro callejero, funciones de danza, talleres, exposiciones y muestras gastronómicas que te hacen entender por qué la cocina mexicana fue declarada patrimonio de la humanidad.
Uno de los momentos más esperados es el Gran Desfile de Calaveras, donde la gente se lanza a las calles disfrazada, maquillada, bailando entre carros alegóricos que parecen salidos de un sueño surrealista. Es una mezcla de carnaval, tradición y homenaje. Y sí: todo el mundo toma fotos de todo. Nadie quiere perderse ni un detalle.
Más que un evento, una identidad
El Festival de las Calaveras no es solo una fiesta. Es una forma de recordarnos quiénes somos, de ver de frente a la muerte, pero también de mirar hacia atrás con cariño: a nuestros abuelos, a nuestros padres, a los amigos que se fueron. Se construyen altares llenos de historias, de objetos que dicen “aquí estuvo alguien que amamos”.
También es una forma de promover el arte, el grabado, la danza, la música regional, y de fortalecer el turismo cultural. Cada año llegan más visitantes —más de un millón en la última edición—, y con ellos, una mezcla maravillosa de acentos, rostros y emociones.
Porque aquí, la muerte no asusta
En este rincón del Bajío, cuando llega noviembre, no se llora sola la muerte. Se le canta. Se le ofrece mole, pan, tequila y flores. Y como diría cualquier mexicano con el corazón en la mano: “aquí la muerte no es el final, es nomás una visita”.
¿Vas a ir? Prepárate para vivir algo que no se parece a ningún Halloween del mundo. Esto es otra cosa. Esto es México celebrando a sus muertos... y a su gente viva también.
El fin del Artículo