Cada noviembre, internet se comporta como si la civilización entera se sostuviera gracias a códigos de descuento y ofertas por tiempo limitado. Los comercios gritan “¡90 % de descuento!” como televangelistas prometiendo salvación, los influencers presumen compras de cosas que nadie necesita, y medio mundo finge ser economista mientras justifica una tostadora comprada a mitad de precio. Parece algo moderno e hiper capitalista, pero las raíces del Black Friday son más antiguas, más extrañas y mucho menos glamorosas de lo que sugieren los letreros de neón.
La malicia del nombre
Antes de convertirse en un ritual de entusiasmo consumidor, “Black Friday” era un término que contadores y funcionarios municipales usaban con el mismo ánimo que quien lee un obituario. En la América del siglo XIX, describía una catástrofe. El caso más famoso ocurrió el 24 de septiembre de 1869, cuando los financieros Jay Gould y James Fisk orquestaron un plan de compra de oro tan temerario que provocó el colapso del mercado. Los periódicos llamaron a aquel día Black Friday porque dejó a la economía sin aliento.
Durante décadas, la expresión estuvo ligada al pánico financiero, no a las bolsas de compras.
El caos posterior a Acción de Gracias
La conexión con el comercio llegó después, y no fue nada halagadora. En las décadas de 1950 y 1960, la policía de Filadelfia comenzó a referirse al día después de Acción de Gracias como “Black Friday” porque la ciudad entraba en un colapso logístico. Multitudes de los suburbios invadían la ciudad por el partido de fútbol Army–Navy del fin de semana, provocando embotellamientos, picos de robos y un caos tan intenso que los agentes temían esos turnos.
Los trabajadores del comercio adoptaron el término. No porque el negocio fuera bueno, sino porque todo lo demás era un desastre.
El gran cambio de imagen
Para la década de 1980, los comercios estadounidenses decidieron que ya habían tenido suficiente de sonar como una tragedia griega. Reinterpretaron el término y promovieron un relato más limpio: el Black Friday sería supuestamente el día en que las tiendas finalmente “entraban en números negros”, es decir, empezaban a obtener ganancias en el año. Era una historia ordenada, simple y fácil de compartir, por eso se difundió, aun cuando los historiadores han señalado repetidamente que esta explicación apareció mucho después.
Pero las relaciones públicas siempre ganan. Especialmente en Estados Unidos.
La exportación global
Lo que antes era una molestia local se transformó en un festival global de ofertas cuando el comercio electrónico empezó a tratar las fronteras como simples sugerencias. A medida que los minoristas online adoptaron el concepto, el Black Friday se convirtió en un ritual transcontinental. India, el Reino Unido, Medio Oriente, el Sudeste Asiático: todos los mercados terminaron uniéndose al teatro anual de los descuentos.
Y además se expandió. Llegó el Cyber Monday como su hermano digital, luego las ofertas de una semana, de un mes, y los eventos de “acceso anticipado” que empiezan incluso antes de que se asiente el polvo de Diwali. El capitalismo detesta los vacíos, así que el Black Friday se convirtió en una temporada.
Por qué sigue importando
El Black Friday sobrevive porque captura una verdad moderna: el ahorro es un mito si compras cosas que no necesitas. Los comercios entienden la psicología humana mejor de lo que jamás lo hicieron los filósofos. La gente quiere la ilusión de estar ganando, aunque el premio sea un gadget con descuento que acabará olvidado en un cajón para mediados de enero.
Es un ritual de esperanza, ansiedad y un deseo muy contemporáneo de pertenecer a un momento global, incluso cuando ese momento está construido sobre carritos de compra desbordados.
El fin del Artículo