En Tabacundo, ese pueblito de clima fresco al norte de Quito, la vida gira alrededor de un solo color: el de las rosas. Aquí, casi todos tienen un pariente, un vecino o un amigo que trabaja en los invernaderos. Y no es para menos: la zona es conocida como la capital mundial de la rosa, un título que suena bonito, pero que también esconde realidades que a veces no se cuentan.
Mucho trabajo, poco descanso
Cada madrugada, cientos de trabajadores se levantan antes de que salga el sol para ir a los invernaderos. Las mujeres son la mayoría. Caminan entre hileras de flores perfectas, cortan, clasifican y empacan tallos que luego viajarán a Estados Unidos, Europa o Asia.
Pero el esfuerzo es grande. La mayoría trabaja jornadas largas, casi siempre de pie, con mucha presión por producir más. Y el sueldo, aunque fijo, muchas veces no alcanza para cubrir la canasta básica. Muchos cuentan que tienen que buscar “chambitas” extras los fines de semana para completar el mes.
Los químicos: un enemigo silencioso
Otra preocupación de la gente de Tabacundo son los pesticidas. Quienes han trabajado fumigando dicen que, aunque les den protección, la exposición es fuerte. Varios recuerdan mareos, dolores de cabeza o problemas de piel. Otros cuentan que, con los años, su salud se ha ido complicando. Son temas de los que no siempre se habla, pero que la comunidad conoce bien.
Organización y resistencia
Entre tanto reto, también hay personas que luchan por mejorar las cosas. Una de ellas es Marcia Lema, conocida en la zona por defender a los trabajadores florícolas. Ella, junto con la asociación ASOTFLORPI, ofrece apoyo legal, asesoría y acompañamiento a quienes han sufrido abusos o despidos injustos. Muchos trabajadores dicen que gracias a este grupo no se sienten tan solos.
Sueños que florecen
No todo es difícil. Hay historias que inspiran, como la de familias que han logrado abrir pequeñas fincas propias. Venden sus rosas directamente a compradores y sueñan con crecer sin depender de intermediarios. En temporada alta, esas pequeñas plantaciones se llenan de vida, de jóvenes ayudando a cortar flores y de vecinos que se apoyan entre ellos.
Un pueblo que no se rinde
Al caer la tarde, las calles se llenan de gente que regresa del trabajo, cansada pero con esperanza. Tabacundo es un lugar de contrastes: flores hermosas que viajan a todo el mundo y trabajadores que, con esfuerzo, sostienen la industria.
La comunidad sabe que las rosas tienen espinas, pero también sabe que, con unidad y valentía, es posible construir un futuro donde la belleza del trabajo florezca para todos.
El fin del Artículo