En la costa central de Perú, a unos 80 kilómetros al norte de Lima, se construye una infraestructura que podría cambiar para siempre la dinámica del comercio entre América Latina y Asia. Se trata del Puerto de Chancay, una megaproyecto marítimo de más de 3.500 millones de dólares liderado por la empresa estatal china COSCO Shipping, en asociación con la minera peruana Volcan.
El puerto, diseñado para recibir buques de carga de gran calado, se perfila como un nuevo eje logístico transpacífico. Con su inauguración prevista para finales de 2024 o inicios de 2025, Chancay no solo reducirá significativamente los tiempos de transporte hacia China y otros países asiáticos, sino que también representa un avance estratégico de Beijing en la región, en medio de un contexto geopolítico cada vez más competitivo.
¿Una nueva puerta al Pacífico para China?
El Puerto de Chancay es el primer megapuerto construido por una empresa china en América Latina, y forma parte de la ambiciosa estrategia global de infraestructura de Beijing conocida como la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés). Aunque Perú no es formalmente parte de esta iniciativa, ha recibido miles de millones de dólares en inversión china durante las últimas dos décadas.
Con Chancay, China consolida una conexión directa entre sus cadenas de suministro y el mercado latinoamericano, permitiéndole sortear rutas tradicionales más congestionadas o bajo mayor influencia de Estados Unidos, como el Canal de Panamá.
Un “momento Panamá” en disputa
El proyecto ha generado comparaciones inevitables con el Canal de Panamá, una vía comercial históricamente dominada por la influencia estadounidense. Algunos analistas ya se refieren a Chancay como el posible “momento Panamá” de China en América Latina, aludiendo al alcance simbólico y estratégico del puerto.
Este tipo de desarrollo preocupa en Washington, donde se monitorean de cerca las crecientes inversiones chinas en sectores críticos de infraestructura, energía y telecomunicaciones en la región.
Impacto en Perú: entre oportunidad y vigilancia
Para Perú, el proyecto promete beneficios económicos significativos: generación de empleos, desarrollo portuario y mayor conectividad global. Sin embargo, también plantea retos en términos de soberanía y regulación.
Los críticos advierten que, al estar controlado mayoritariamente por una empresa estatal china, el puerto podría operar con autonomía limitada del Estado peruano. El país se encuentra actualmente en un periodo de transición política tras la destitución de la presidenta Dina Boluarte, lo que añade un elemento de incertidumbre sobre la capacidad institucional para supervisar un proyecto de tal envergadura.
Además, organizaciones civiles han expresado preocupaciones sobre los impactos ambientales y sociales de la construcción, en especial sobre comunidades cercanas y ecosistemas marinos.
Una infraestructura clave para el futuro del comercio
El Puerto de Chancay tendrá la capacidad de manejar hasta un millón de contenedores anuales en su fase inicial, con planes de expansión a medida que aumente la demanda. Su ubicación estratégica permitirá agilizar la exportación de productos peruanos —como minerales, agroindustria y pescado— al mercado asiático, y viceversa.
Además, está previsto que el puerto cuente con infraestructura ferroviaria y vial que lo conecte con el centro y sur del país, fortaleciendo la cadena logística nacional.
Una bisagra entre dos mundos
El Puerto de Chancay se erige como algo más que un centro de carga marítima. Es un símbolo del reposicionamiento de China como actor dominante en América Latina, y un recordatorio de que la región es ahora terreno clave en la disputa por la influencia global.
Para Perú, el reto será encontrar un equilibrio entre aprovechar los beneficios de esta megaobra y proteger su soberanía, sus recursos y su población. El puerto puede ser una puerta al futuro o una vía de dependencia, dependiendo de cómo se gestione esta alianza con uno de los gigantes económicos del mundo.
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