El primero de noviembre de 2025, el corazón de Hermosillo —una ciudad calurosa, viva, llena de ruido y de rutinas sencillas— se quebró en un instante.
Una explosión, una llamarada, y el aire se volvió fuego.
El desastre
Eran poco más de las tres de la tarde cuando un estruendo sacudió el centro de la ciudad. En la esquina donde se alza una tienda Waldo’s, un lugar cotidiano para tantas familias, el concreto se abrió en un rugido metálico. En segundos, el humo negro cubrió el cielo.
Los primeros testigos corrieron hacia las puertas; otros se quedaron paralizados, mirando cómo las llamas devoraban el interior.
Según confirmó el gobernador Alfonso Durazo, 23 personas murieron —entre ellas niños y trabajadores que no alcanzaron a escapar—. Al menos doce más resultaron heridas y fueron trasladadas a hospitales locales.
Las primeras autopsias indican que la mayoría no murió por el fuego, sino por la inhalación de gases tóxicos que se extendieron como una sombra invisible por los pasillos del local.
El silencio después del caos
Cuando los bomberos lograron entrar, el fuego ya había cedido. Lo que quedaba era un esqueleto de acero retorcido y un silencio pesado, apenas roto por los radios de emergencia.
Los cuerpos yacían junto a mostradores carbonizados, bolsas derretidas, carritos de compra detenidos como en una fotografía rota del instante anterior a la tragedia.
“Murieron sin entender qué pasaba”, dijo uno de los rescatistas con la voz quebrada, mientras los familiares esperaban tras las cintas amarillas.
La escena no tenía nada de heroico. Solo la crudeza del humo y la certeza de la pérdida.
Las causas y las sombras
Hasta ahora, las autoridades mexicanas no han encontrado indicios de que se tratara de un ataque intencional. Todo apunta a una falla interna, posiblemente una acumulación de gas o un cortocircuito.
Pero las investigaciones continúan, y con ellas las preguntas:
- ¿Dónde estaban las alarmas?
- ¿Quién verificó los sistemas eléctricos?
- ¿Quién se encargó de asegurar que ese edificio —en pleno centro urbano— cumpliera con las normas básicas para proteger vidas?
El fiscal
Gustavo Salas Chávez prometió una investigación
“a fondo y transparente”. Aun así, en los pasillos del hospital y entre los vecinos, la rabia crece junto con el luto.
Un Día de Muertos que no debía serlo
La tragedia ocurrió en el fin de semana de Día de los Muertos, una fecha en que México celebra la vida de los que ya se fueron.
Pero este año, las flores de cempasúchil y las velas encendidas llegaron demasiado pronto.
En Hermosillo, 23 nuevas fotografías fueron colocadas en altares improvisados:
rostros jóvenes, miradas que aún parecían vivir.La presidenta
Claudia Sheinbaum ofreció condolencias y envió equipos federales de apoyo. Pero para quienes perdieron a sus hijos, padres o compañeros, las palabras del poder pesan poco frente a la ausencia.
Después del fuego
El humo se disipó, pero el olor quedó.
El asfalto sigue ennegrecido, y el aire parece llevar el eco del grito que marcó el instante del desastre.
Hermosillo —una ciudad acostumbrada al sol ardiente— aprendió que el calor también puede matar de otra manera.
No fue una guerra. No fue terrorismo. Fue una falla, un olvido, una chispa que no debió existir.
Y en ese olvido se
fueron 23 vidas, borradas en segundos, dejándonos la pregunta que siempre llega demasiado tarde:
¿cuántas tragedias más hacen falta antes de que el fuego deje de ser rutina?